“Capitán Langostino” de Sergio Osiroff

La gente es mala y dice cosas

Me escribe un colega, trabajador marítimo dedicado a la pesca del langostino: «Te traigo buenas noticias, a Vos que pensás que este es un país en broma». Por cierto que no es la mejor manera de empezar, toda vez que esta buena pieza (¡si lo conoceré!) da por sentado que yo pienso que el nuestro es un país en «broma».

Jamás he pensado ni manifestado tal cosa. Lo que yo pienso es que la Argentina es un país en joda. Etimológicamente en joda, quiero decir (dije «etimológicamente» … ¡qué cultos nos levantamos hoy! No acabamos de cepillar los pocos dientes que nos quedan y pegar los del banco de suplentes, que ya podemos meter alguna palabra en difícil).

Me explico: «joda» no es una vulgaridad, como suele pensar toda persona con inclinaciones naturales por la vulgaridad. Bien la define la Real Academia Española como broma. Pero para mí suena distinto, y mucho mejor, para calificar a un país que está sonado. Como que en la «broma» subyace algo de inocencia, y nosotros somos gente para la cual, la inocencia, ha dejado de tener valor alguno. «¡Que la inocencia te valga!» es una frase anacrónica en nuestro país, poblado por una mayoría de vivos, y una minoría de otarios que todavía creen en la superación por el estudio y el trabajo.

Caros, pero de lo peor

El caso es que, dentro del grupo whatsappero en el que nos chismoseamos viejos compañeros de la Escuela Nacional de Pesca, mi conocido quiso hacerme un gol con un disparate más grande que otro que había contado yo mismo un tiempo atrás. Mi comentario, que admito malicioso y sin conocimiento de causa, le había quedado picando. Y es propio de pescadores que se precien de tales, mentir y versear con pelotazos más grandes que los de los demás. Mentimos tanto en el mar, que desconfiamos de los que no mienten nada en tierra. Por algo el Cristo de los Pescadores, en la Escollera Sur de Mar del Plata, anda con sus brazos bien extendidos, como diciendo «yo agarré uno así de grande».

Mi acto de maldad había versado sobre unos muelles artesanales fueguinos, inaugurados pocos años antes. Naturalmente publicitados como fruto de la bondad pública. Bondad gestionada –todo un clásico– por pocos. Y pagada con la transpiración de los muchos terceros que nunca salen en la foto.

Hay un muelle que rezonga

Nuevitos ellos. No los funcionarios, modelos vivientes de reciclado si los hay (de algo hay que vivir), sino los muelles. Construidos en el Beagle, luego de largos y sesudos cabildeos. Infraestructuras portuarias que, para asegurar su 100% de funcionalidad, aparentemente estarían por complementarse con un servicio de helicópteros. Cosa de cargar y descargar de las lanchas al muelle, y viceversa. Por los desniveles, digo.

Como que las cotas, las alturas de las cubiertas de los pesqueros, el nivel del mar y la influencia de la Luna sobre las mareas, no se habrían puesto muy de acuerdo entre sí a la hora de la planificación.

Eso sí, como fuertes, son fuertísimos. No ponemos en duda los cálculos de ningún profesional colegiado. A ver si todavía se me enojan los muestrarios de incumbencias, como ya ha sucedido.

Lo importante es que te pasen cosas

Bueno, lo que vale es la actitud. Siempre hay revancha. Apostamos porque los próximos muelles artesanales que se construyan en el Beagle, tengan una altura más cercana a las embarcaciones. Hay que perseverar y no bajar los brazos. Si éstos quedaron un poco altos, ya van a venir los nuevos muelles, que sin duda se van a ir amoldando a la embarcaciones para las cuales se los construye. De a poco. Paso a paso. Y en el entretanto, que la obra pública siga generando empleo.

Garufa, pucha que sos langostino

Sigue mi compañero marítimo: «la cuestión es que, sabrás, los langostinos bajan al fondo durante el día, que es cuando tiramos las redes y los pescamos». Zorro viejo, el «sabrás» me suena a gaste, porque sabe que abandoné la pesca para estudiar ingeniería pesquera. Y lo admito: de haberme ganado el puchero como pescador más o menos bueno, nunca hubiera llegado a ese título nobiliario. El que sabe, sabe. Y el que no, se gradúa en la universidad. Algunos, como el suscripto, en la profesión para cuya faz práctica, es decir el ejercicio del oficio, no pasó del montón.

Eliot Ness y la red seca

De mis épocas de capitán de tangonero, recuerdo que usábamos exclusivamente redes de fondo (vamos a hablar claro para que entiendan todos: redes que están hechas para ser arrastradas por el fondo marino). También recuerdo que la pesca de langostino estaba prohibida de noche. Y como de noche el langostino no está en el fondo, la prohibición tenía los mismos efectos prácticos que interdictar una nube, o prohibir la venta de bebidas alcohólicas a elefantes marinos.

Nocturno de mi barrio

¿Qué hacíamos de noche las decenas de buques que coincidíamos en las mismas zonas, tras el mismo recurso? Nos movíamos de un lado a otro buscando señales de «vida» en las masas de agua, usando la ecosonda. Es decir, cardúmenes de especies interactuando unas con otras (o dándole al diente unas a otras), con lo cual se especulaba que, con las primeras luces, si entre esas especies había langostino, éste bajaría al fondo y lo podríamos capturar. En resumen, se exploraba para tratar de ubicar al buque lo mejor posible para cuando el langostino migrara al fondo. A veces se acertaba, y a veces no.

A menudo, en noches de buen tiempo y buena pesca, los buques quedaban plácidamente al garete, con el propulsor apagado, para volver a ponerlo en marcha al crepúsculo matutino, hora de iniciar la jornada de trabajo. Economizar combustible también es parte del negocio. Y de la eficiencia energética.

Desatanudos

Sigue mi colega: «Bueno, la cosa es que no contentos con la prohibición de pescar en horas de oscuridad, las autoridades, para quedarse tranquilas de que no metemos la mula, nos obligan a navegar toda la noche a una velocidad de no menos de seis nudos. Tenemos que andar para todos lados como maleta de loco. Cosa de asegurarse, en el rastreo satelital, que vamos tan rápido que no podemos tirar las redes. Y decime Vos, ¿quién va a ser el tonto que vaya a largar redes de noche, si a este bicho siempre le da por subir en cuanto oscurece? Ni queriendo se lo puede pescar».

Italpark marítimo

«Es un plato. Parecemos autitos chocadores, así que andamos con más cuidado de no colisionar entre nosotros, que de explorar el caladero. Y además gastando el doble de combustible que antes. Imaginate el costo energético, nada más que por demostrar que no estamos pescando, en horas en que igualmente de nada nos serviría intentar hacerlo. Y esto no es nada: con los consumos extraordinarios de gas oil que tenemos ahora, los buques debemos volver a puerto a full de langostino en las bodegas, habiendo devuelto al mar las capturas de menor valor. Todo porque a ese gas oil que gastamos de más, hay que pagarlo. ¡Ahora sí que hay que descartar todo aquello que no valga mucha plata! Nos obligan al descarte estos genios».

Craneoteca

«Y la última. Como no podía ser de otro modo, parece que la resolución se parió en un salón de reuniones para genios del mar, en un centro de investigaciones pesqueras. No te digo de investigación y «desarrollo», porque ya sabemos que a la hora de adquirir buques de investigación, y por más que los amigos investigadores tengan astilleros argentinos a pocas cuadras, prefieren comprarlos en el extranjero. Como que andan muy preocupados por el «desarrollo», siempre que no sea el propio. Tanto que hasta nos hacen pagar (a todos) por diseñarlos afuera, cuando nuestras universidades ganan premios internacionales por sus diseños de … buques de investigación pesquera».

Se hizo justicia: declaran inconstitucional la Ley de la Gravedad

Al leer esas reflexiones me quedé helado. Tan preparado estoy, a esta altura de la vida, para que las autoridades argentinas (entre ellas las pesqueras) no me sorprendan ya con nada, y sin embargo me sorprenden. Es un país maravilloso la Argentina. En joda, sí, pero maravilloso. Como que el Estado no le niega un disparate a nadie. Se mantiene en forma a la hora de largar genialidades al ruedo. Con el auxilio del monopolio de la fuerza, por supuesto.

«No debe faltar mucho para que nos manden, a los buques, a desplegar alas y volar a no menos de 100 m de altura sobre el nivel del mar durante la noche. Así se quedan todavía más tranquilos», remata mi ex compañero.

El adelantado Piero Manzoni

Leí la resolución del langostino. Obra maestra. Casi para una galería de arte conceptual. Más aún, para un enlatado que combine las delicias de la ciencia oficialista y la política nacional. Un producto bien ejemplificativo de la delicada mixtura argenta entre funcionarios y papers de investigación, en este caso pesqueros (que no se diga que no proponemos ideas).

Entre otras maravillas de la profundidad del pensamiento, en unión con el sentido común y el manejo de las realidades, me impresionó gratamente un artículo de la resolución langostinera, que vale la pena reproducir: «Se presume que el buque que navegue a una velocidad inferior a SEIS (6) nudos marítimos, entre las 19:00 horas y las 07:00 horas del día siguiente, se encuentra realizando pesca o tareas de pesca».

Está claro que no me sorprendió la presunción estatal de que alguien pueda ser, a priori, culpable. Son épocas en que hay que demostrar que uno es inocente. Y en que los acusadores guapean, siempre que la corajeada burocrática cuente con el apoyo de la fuerza pública por detrás.

Comunicado número uno

No, repito que aquello mal podría haberme sorprendido a esta altura de mi vida, y de argentino.

Lo que me llamó la atención fue el horario, que es lo mismo que decir: «Comunicado número uno: a partir del día de la fecha, la noche patagónica durará desde las 7 de la tarde, hasta las 7 de la mañana siguiente».

O sea que en la zona langostinera, aguas de la Patagonia en que el Sol invernal se pone aproximadamente a las 18:30, para salir 08:30, la noche corre en realidad desde las 7 a las 7.

Y si en el verano sale el Sol a las 05:30, igual por decreto lo hacemos salir a las 7. Y si se pone tipo 21:00, por decreto también lo ocultamos tras el horizonte dos horas antes.

Terraplanistas

Este mismo año, 2022, se cumple medio milenio de la comprobación empírica de la redondez del mundo. Uno se pone en la piel de Magallanes yendo a lo desconocido, pisa la cubierta de la Nao Victoria, arriba de regreso con Sebastian Elcano. Y uno también piensa (o mejor dicho, pensaba) en las consecuencias de aquella extraordinaria aventura. Por ejemplo, el cálculo estimativo del radio de la Tierra, pero por primera vez en base a los registros de observaciones astronómicas, a lo largo del periplo de la gran expedición. O la inmediata elaboración, en la Universidad de Salamanca, del calendario que guía nuestros días hasta hoy, el Gregoriano.

Pero no. Faltaban entonces 500 años para que, desde tierras que habían sido testigo de la gran aventura, se realizara otro aporte revolucionario al saber humano. No existe la eclíptica, no hay ninguna inclinación del eje de la tierra respecto al plano de su movimiento alrededor del Sol. En fin: la noche dura desde las 7 de la tarde, a las 7 de la mañana.

La craneoteca reunida en un centro argentino de investigaciones pesqueras, ha puesto fin a los errores de Galileo y Newton, o las cartografías de Pedro de Medina y Mercator, entre otros científicos a partir del Renacimiento. Del mismo modo en que ellos, a su vez, le habían dado una vuelta de rosca a la concepción del universo de Ptolomeo y Aristóteles. Nuestros humanos saberes, no dejan nunca de ser motivo de revisión.

Ahora sabemos que, por decreto, cuando es de día puede ser de noche, o cuando es de noche puede ser de día. Y que las especies marinas cambian sus hábitos, en cumplimiento también de decretos.

Y que en la ciencia del derecho, los culpables son culpables, por decreto. Y que Dios te proteja, que no las leyes (argentinas).

Manco y final

Bien a tono con todo lo explicado, no aclaremos que oscurece. No sigamos, a ver si siendo de día, nos manda alguna resolución a que sea de noche.

Hay cosas que se explican solas y no hace falta redundar en más razonamientos. Como que, al llegar a un punto de la explicación, se entiende más con el silencio.

Vayamos entonces, para darle corte al tema, a Miguel de Cervantes, uno que anduvo –y mucho– por el mar. Soldado y marino que, en «Trabajos de Persiles y Sigismunda» supo decir: «en el arte de la marinería, más sabe el más simple marinero que el mayor letrado del mundo».

Precaución que, tratándose de la Argentina, acaso sea al divino botón. Ya el propio Cervantes ponía en boca del Bachiller Carrasco, el amigo de Don Quijote: «no se ponga a disputar conmigo, pues sabe que soy bachiller por Salamanca, que no hay más que bachillear».

Queda todo dicho. Es Argentina.

Y con este nivel, nos llenamos la boca hablando de soberanía en el Atlántico Sur y la Antártida. De pampas azules, pescas «ilegales» en milla 201, etc etc y otros muchos más etcéteras por el estilo.

Claro.

(*)

Sergio Osiroff

Capitán de Ultramar

Universidad Tecnológica Nacional

Facultad Regional Tierra del Fuego – Ushuaia